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¿Se puede distinguir un tomate transgénico de uno natural?


Imaginate tener un medio con 15 millones de seguidores, y usarlo para mentir. Pero mentir de verdad. No decir que un político robó más o menos, u opinar sobre deportes. Estoy hablando de La Bioguía, una página que da consejos desde cómo poner plantas en el balcón, hasta qué árboles abrazar para curar cada tipo de cáncer, y esta semana viralizó un artículo titulado “Cómo distinguir un tomate ecológico de uno transgénico”. Este es particularmente nefasto, no sólo porque alienta el miedo a los alimentos genéticamente modificados, sino porque no existen tomates transgénicos. ¿QUÉ? ¿CÓMO?

El fenómeno de la transferencia de genes entre distintos organismos se viene estudiando desde los años ‘50 con el estudio de los antibióticos. Los científicos notaron que cuando alguna bacteria se reproducía, y presentaba una mutación natural que la hacía resistente a los antibióticos, rápidamente podía “comunicarse” con sus hermanas, y transferirle parte de los genes que la hacían resistente. Esto fue particularmente revolucionario, porque sabíamos que la Evolución funcionaba cuando un organismo hereda alguna característica favorable a su descendencia, pero acá descubrimos que algunos también podían hacerlo frente a sus hermanos.


Y también fue revolucionario porque los científicos dijeron: “Ha ha ha, si la naturaleza puede, nosotros también, y así vamos a conquistar el mundo”. En realidad no fue tan tan así. El primer intento de modificar genéticamente una bacteria fue en 1978, cuando tomaron un ejemplar de la temida Escherichia coli, y le insertaron los genes humanos responsables del producir insulina. Esta bacteria de mierda (ba dum tss) se transformó en una fábrica de esta preciada sustancia que cada día salva la vida de millones de personas con diabetes en todo el mundo.

El siguiente paso importante en la ingeniería genética fue en 1983, cuando se publicó cómo hackearon a la bacteria  Agrobacterium tumefaciens, conocida por infectar árboles e introducirles información genética que generaba tumores, para que les inyecte otros genes, con el fin de, por ejemplo, proveer resistencia a algún herbicida.

El primer alimento modificado genéticamente fue el tomate Flavr Savr en 1992 de la empresa Calgene (PERO ANTES DECÍA QUE NO EXISTÍAN LOS TOMATES TRANSGÉNICOS), que tenía una serie de características que lo hacían durar más tiempo una vez cortado. La FDA concluyó en 1994 que “eran igual de saludables que los tomates convencionales” y se empezaron a vender ese año, hasta que los enormes costos, problemas en la cadena de distribución, y el hecho de que si bien duraban más en la alacena, eran bastante más blandos que los “naturales”, hicieron que el negocio fracase, y su producción finalizó en 1997. El tomate era tan blando que se lo destinó mayormente a crear puré de tomate enlatado, que se vendió bajo la marca Zeneca en Reino Unido hasta 1999. Y chau tomates transgénicos.

El Consejo Argentino para la Información sobre la Seguridad de Alimentos y Nutrición explica todo esto en un artículo genialmente titulado Qué culpa tiene el tomate... donde afirma tajantemente:
“No hay tomates genéticamente modificados ni transgénicos que se comercialicen en Argentina ni en el mundo”.
Uno se podrá preguntar entonces tres cosas:

1. ¿Por qué los tomates de antes eran más ricos que los de ahora?

Si bien mucha gente suele creer que las cosas antes eran mejor, y podríamos contraargumentar que los tomates no eran mejor, sino que los humanos simplemente somos pesimistas, lo cierto es que los tomates de antes realmente eran más sabrosos. En los años ‘30 se produjo una mutación natural en la planta, que los hizo más grandes, rojos y menos sabrosos. Como los alimentos nos entran primero por los ojos, esta variedad de tomates se vendió mejor, y su cultivo empezó a reemplazar a los convencionales.

Como hay un paper para todo, en Uniform ripening Encodes a Golden 2-like Transcription Factor Regulating Tomato Fruit Chloroplast Development (Science, 2012) unos investigadores explican esto, y describen que el gen triste y aleatoriamente desactivado promovía la fotosíntesis en la fruta, y los hacía más dulces. A pesar de que no recuerdo haber probado los tomates antiguos, sospecho que su sabor se semejaba a los actuales tomates cherry (esos del tamaño de uva que se usan en ensaladas gourmet).

Los tomates actuales con poco sabor no son transgénicos, son producto de la mutación natural, el cultivo de semillas seleccionadas, y el márketing. Igual que los perros salchicha fueron lobos hace unos 10.000 años, y por algún motivo, nuestros ancestros pensaron que era una buena idea reproducir entre sí a los más petisos, más largos y que se parecieran más a embutidos.

2. ¿Cómo sabemos si los nuevos tomates no son en realidad transgénicos, y Monsanto y el gobierno nos lo oculta, y Trump es reptiliano?

No nombro a Monsanto en este caso con el fin de ridiculizar el argumento contemporáneo de que esta empresa es el origen de todos los males. Monsanto realmente compró Calgene (los creadores del primer tomate transgénico).

Pero la cuestión es que Monsanto comercializa semillas puntuales que tienen nombre y apellido. Por ejemplo, la Soja RR es una variedad con unos genes específicos que la hace resistente al infame herbicida glifosato. A pesar de su infamia, desde su introducción, los cultivadores tienen que rociar mucha menos cantidad y variedad de herbicidas. Con unas pocas pasadas de glifosato, se eliminan de la zona todas las plantas a excepción de la soja. Y el glifosato no es un veneno “que mata todo”, es una sustancia que bloquea la síntesis de la enzima EPSPS que dispara la creación de los aminoácidos fenilanina, tirosina y triptófano. Sólo las plantas y algunos microbios tienen esta enzima, pero no los mamíferos.

La soja Bt (otra variedad de soja transgénica), sintetiza una proteína que resulta tóxica para algunos insectos que intentan comerla. Por lo que, nuevamente, con la inclusión de esta variedad, se redujo notablemente el uso de insecticidas sobre cultivos.

Monsanto, Syngenta y otras empresas de este rubro investigan, desarrollan y venden variedades de semillas transgénicas, no transgénicas y otros productos. No las regalan. En sus sitios web se pueden encontrar las listas de semillas que comercializan, y se reducen a: alfalfa, canola, maíz, algodón, soja, remolacha azucarera y caña de azúcar, que representan un gran proporción de los cultivos a nivel mundial. En Argentina, por ejemplo, Monsanto sólo comercializa semillas modificadas genéticamente de soja, maíz y algodón.

Existen variedades de berenjena, papa, papaya y manzanas, pero sólo se usa en algunos países, y su inserción en el mercado es mínima.

Y también está el arroz. Hay una variedad transgénica llamada arroz dorado que no lo hace resistente a herbicidas ni insectos, sino que lo hace producir Vitamina A. Esto podría salvar a miles de niños que mueren o se quedan ciegos por la deficiencia de este micronutriente en países pobres, y que fue prohibido por un lobby que hicieron Greenpeace y otros activistas anti-progreso. Pero lo dejaremos para otro artículo.

El punto es que estas empresas venden semillas, y como todo vendedor, tienen un catálogo de sus productos, donde no se encuentra el tomate transgénico. Podemos estar bastante seguros de que no hay tomates transgénicos en el mercado. Dejemos la reptilianidad de Donald Trump para otro día.

3- ¿Es seguro comer alimentos transgénicos?

Los cultivos genéticamente modificados suelen ser exactamente iguales que los no modificados. La única diferencia está en algunos genes, y alguna ínfima cantidad de alguna sustancia sintetizada por esos genes que, en teoría, es inocua para los humanos porque afectaría a estructuras biológicas que ni siquiera tenemos. No podemos diferenciar soja "normal" de soja transgénica, simplemente porque nuestro estómago no tiene un escáner de información genética.

Y si no nos convence la teoría, está la experiencia. La Academia Nacional de Ciencias de EEUU publicó una revisión exhaustiva de más de 900 estudios hechos sobre la salubridad de los alimentos transgénicos durante los últimos 30 años (Genetically Engineered Crops: Experiences and Prospects 2016), donde concluye que los alimentos transgénicos son igual de saludables que los convencionales.

Hasta aquí la cuestión científica de jugar con los genes. Luego, los temas burocráticos de patentes, la costumbre de rociar con agroquímicos a gente que vive al lado del campo, o la destrucción de hábitats vírgenes para agricultura son completamente distintos a la I+D en biotecnología, y como personas racionales, deberíamos poder separar la paja del trigo. Sin importar si el trigo es transgénico.


Hace unos años hablamos sobre que el glifosato es menos tóxico que el Raid.

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