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Cuando un escéptico ve un OVNI de verano



Los veranos en Rosario son calurosos y húmedos. Nadie en su sano juicio, si sus posibilidades lo permiten, permanece en la ciudad bajo el sol abrasador y el tufo asfixiante. Por esta y muchas otras razones, entre las que se encuentra una tesis a pasos de ser finalizada, es que decidí refugiarme en los suburbios donde una pileta y un puñado de árboles pudieran apaciguar las penurias estivales.

El viernes 20 de Enero del 2017 acababa de terminar la última porción de conejo a la cacerola cuando el calor, que se dejaba llevar con el ventilador de techo, me empujó a tomar la toalla y salir al patio para sumergirme en la pileta. Funes es una ciudad aledaña repleta de residencias de fin de semana dispersas, mucho campo, poco ruido y no demasiadas molestias. Todo esto hace que el albedo sea muy bajo y las estrellas brillen más que de costumbre, sumando al calor una razón más para incursionar en el chapuzón nocturno.

Debo admitir que el agua, aunque todavía tibia, resultaba un tanto perturbadora en la oscuridad. A mí alrededor solo se veían dos luces de los vecinos parcialmente ocultas por la vegetación, unas luminarias distantes de la propia casa y otro par de lámparas callejeras a la distancia. No sin impresión me senté en la particularmente grande pelopincho y me dejé llevar por el cielo nocturno. Aquí comienza nuestra odisea.

Contacto

Mientras miraba el arce joven que me hacía compañía bajo un cielo especialmente despejado, un destello a mi derecha llamó mi atención. Sobre el encendido firmamento algo se asomaba lo suficiente como para que lo aviste de reojo. A los pocos segundos que había girado mis ojos, el destelló volvió a repetirse. Con la intensidad de Sirio pero encendiéndose y apagándose, algo muy, muy extraño, titilaba pausadamente en absoluto silencio. La impresión fue instantánea porque mis emociones se dispararon y los engranajes de mi cerebro giraban aceitados por la razón buscando una explicación.

La “cosa” perecía permanecer inmóvil, aproximadamente a 60 grados sobre el horizonte, ligeramente hacia el Suroeste, emitiendo dos tipos de destellos. Uno similar a un flash que duraba forzosamente un segundo, separado casi siete segundos por una absoluta oscuridad donde no lograba percibirse nada de una segunda emisión de casi tres segundos de duración, que como un pulso se iluminaba y luego desaparecía de manera dimerizada, para ser continuado por otra interrupción y luego renovar el ciclo.

¿Qué carajos podía ser? La intensidad de la “cosa” era equivalente a la de cualquier estrella potente, el ritmo de los ciclos parecía constante y duradero y, luego logré notar, se movía de manera lenta y constante en dirección Este. Intenté varias veces llamar a mi amiga con la que compartía la velada pero desistí después de varios intentos. Quedé contemplando el fenómeno varios minutos hasta que decidí ingresar a la casa, sacar casi por la fuerza a mi compañera y enseñárselo. Necesitaba testigos. Ella, un tanto extrañada, no logró descifrar la naturaleza de la “cosa” pero tampoco se mostró especialmente interesada. Allí fue cuando me sequé las manos, tomé mi celular que había dejado adentro y empecé lo que resultaría en un extenso proyecto de investigación veraniego.

Mi primera búsqueda apurada fue la de la posición actual de la Estación Espacial Internacional (ISS). La ISS suele ser uno de los pocos satélites que pueden verse por las noches sin ayuda de telescopios o binoculares gracias al reflejo de luz solar, y por lo tanto era la primera candidata a resolver el misterio. Rápidamente mi hipótesis se derrumbó cuando corroboré que la misma se encontraba surcando los cielos del océano Índico (cabe destacar también que la estación no emite ningún tipo de luz). A esta altura la “cosa” se encontraba alejada hacia el Este y mucho menos visible, haciendo que mis intentos de fotografiarla fuesen en vano.

Sobrevuelo de la ISS, en fotografía de larga exposición de Mark Humpage

La cercanía del escasamente utilizado Aeropuerto Internacional de Rosario (ROS, ubicado a unos 6 kilómetros aproximadamente) me hizo pensar en la posibilidad de una aeronave o artefacto humano. El problema con esta teoría consistía en que ningún avión, helicóptero o globo exhiben un patrón de luces como el que había visto. Como luego pude corroborar esa misma noche con dos aviones comerciales, uno a baja altitud y otro casi imperceptible, las aeronaves comerciales cuentan con 3 luces, una verde y otra roja en las alas y una blanca sobre la cola, emitiendo destellos mucho más tenues y frecuentes que a su vez permiten visualizar parte del fuselaje al mismo tiempo que evidencian un movimiento mucho más veloz. La “cosa” había tardado alrededor de 10 minutos en surcar casi un tercio del firmamento. Una corroboración rápida de la herramienta “playback” de Flight Radar 24 permitió confirmar, luego de algunas conversiones horarias, que ninguna aeronave comercial se encontraba en los cielos de Rosario en dirección Oeste-Este entre las 22:30 y las 23:00. Tampoco se había escuchado de ningún evento o actividad que pudiera implicar el uso de fuegos artificiales o un dron de filmación en los alrededores.

Mi única opción era aceptar que había visto un OVNI.

Mi primer impulso, como el de tantas personas, fue el de pensar en un vehículo fuera de este mundo. La respuesta inmediata ante un fenómeno de estas características es la de pensar en extraterrestres. ¿Quién no desearía tener un encuentro cercano del tercer tipo? El problema cosiste en que años de lectura y documentales de Carl Sagan me impiden sucumbir ante esta facilidad. Si lo que había visto era extraterrestre, primero tenía que descartar todas las demás opciones. El mayor descubrimiento de la historia de la humanidad requiere evidencias sólidas. Para esto me embarcaría en un intento popperiano por demoler la teoría “alienígena”, usando en mi favor, como explicó Karl Popper, el incentivo emocional que se alimentaba de mi deseo por estar en lo correcto.

Los Datos

Todavía hacía mucho calor. Tomé mi computadora, una taza de café y anoté con mayor detalle todo lo que había observado con el fin de evitar deformaciones posteriores donde mi memoria y voluntad tergiversen los hechos. Como no había llevado un registro del tiempo el primer paso fue corroborar en el perturbador historial de búsqueda de Google mi actividad. A las 22:29 había realizado la última búsqueda previa a mi expedición, un ingreso al anexo de batallas de la guerra de independencia argentina originada en un duda que había iniciado el capítulo de “En el Camino” sobre el Cruce de los Andes que estaba mirando mientras cenaba. Eso implicaba que, mi ingreso a la pileta debía haber sido realizado a las 22:35 y que probablemente no había divisado a nuestro OVNI hasta las 22:40. La siguiente actividad era la búsqueda relacionada a la estación espacial a las 22:52. Mi inexacta percepción indicaba que el OVNI había surcado un tercio del cielo en alrededor de 13 minutos, un período extremadamente largo para muchos satélites y aeronaves.

La dirección de movimiento descrita era Oeste-Este, descartando la posibilidad de haber divisado una estrella o cuerpo celeste distante debido a que estos tiene un movimiento aparente originado en la rotación de la tierra y por lo tanto surcan los cielos en la dirección opuesta, emulando el movimiento solar. La larga duración y el patrón de emisión de luces impedían considerar que el fenómeno se deba al avistaje de un meteoro o basura cósmica ingresando a la atmósfera. Especialmente el extraño patrón lumínico, regular y compuesto por dos emisiones completamente diferentes a lo largo de unos 10 minutos, consistía en la cuestión más intrigante del problema.

Teorías, Café y E.T.

Ya con una segunda taza servida me dispuse a iniciar una investigación más minuciosa. Una rápida búsqueda en Google confirmó que la mayor parte de los satélites no emiten luces por cuenta propia y suelen ser avistados solo cuando reciben un reflejo de luz sobre sus antenas y paneles solares de una fuente externa como el sol. Esto implicaba que solo un extraño fenómeno externo podía originar el patrón de luces ya que los reflejos sobre los satélites suelen ser puntuales y no repetitivos, mucho menos binarios y duraderos.


Mientras una gota de sudor me recorría la frente sin lograr que el ventilador pudiese combatirla, dí con un descubrimiento que parecía haber podido resolver mis dudas. Dos pequeños satélites cubo japoneses, el FITSAT-1 y el Ginrei poseían paneles de LED destinados a emitir señales lumínicas que pudieran divisarse desde la tierra en código morse. Lamentablemente ambos habían reingresado a la atmósfera en 2013 y 2014. La teoría se derrumbaba pero dentro mío crecía la incógnita ¿Y si las luces eran un intento de comunicación?

El código morse es junto a sistemas numéricos como el código binario, uno de los pocos mecanismos de comunicación que pueden utilizar destellos de luz como herramienta. La curiosidad me arrastró hasta el artículo de Wikipedia de código morse. El sistema es simple. Se usan puntos, líneas y espacios vacíos que combinados estructuran un mensaje. Una línea tiene 3 veces la longitud de un punto y los espacios vacíos varían de longitud: si separan puntos y líneas que forman una misma letra son del tamaño de un punto, si separan letras miden tres veces un punto y si separan palabras su dimensión es equivalente a siete veces un punto. Si uno intentase trasmitir código morse por medio de luces debería remplazar los tamaños de los puntos y líneas por la duración de las luces y los vacíos por la duración de la oscuridad.

Lo que había visto consistía de un flash de menos de un segundo, quizás el equivalente a un punto, un pulso luminoso que duraba casi tres segundos, una línea, y ambos separados por un “silencio” de casi siete segundos, un vacío entre palabras, para luego repetirse indefinidamente. Todo parecía cuadrar pero solo restaba identificar que podía significar un “punto” y una “línea” cómo palabras. Fue entonces cuando una simple tabla escaneada de algún libro sobre código morse pudo ilustrarme cuales son las únicas dos letras del alfabeto que se componen por símbolos únicos, una por un punto y otra por una línea: ni más ni menos que la E y la T. Si el OVNI hablaba morse, estaba diciendo E T.

The Chosen One

¿Había sido yo, de todos los seres de este mundo, el único afortunado en realizar el primer contacto con seres inteligentes de otro planeta? La propuesta era tentadora y la teoría “morse” seductora, pero algo me decía que necesitaba más pruebas. Años de investigación y exploración astronómica no habían logrado dar siquiera con un solo planeta que presente indicios de vida, mucho menos inteligencia, a millones de años luz de distancia. Que una persona en una pileta pudiera hacer contacto parecía, cuanto menos, una ironía. Además, que una especie inteligente viajase miles de años luz solo para hablar en morse cuando podrían establecer un contacto más claro resultaba improbable. Casi cualquier fenómeno excepcional terrenal parecía más probable que esta elucubración. Sin embargo la teoría permanecía atractiva.

Necesitaba aún asegurarme que lo que había visto no era algo explicable por otros medios. El brillo, el movimiento lento y constante, la dirección, la duración, el patrón de luces, la lejanía del mismo y el hecho de que la figura desaparecía completamente cuando la luz se apagaba descartaban la posibilidad de que hubiera sido una aeronave civil o comercial, un dron o una estrella bajo comportamiento normal. Desestimando que se tratase de alguno de los fenómenos anteriores bajo condiciones extremadamente excepcionales, solo restaban dos posibilidades: o el objeto era una aeronave extraterrestre/humana que utilizaba tecnología secreta, clandestina o desconocida, o se trataba de un satélite bajo muy particulares condiciones.

¿Había sido yo, de todos los seres de este mundo, el único afortunado en realizar el primer contacto con seres inteligentes de otro planeta?

La hipótesis del “satélite” tenía que comprobarse fácilmente. A primera hora en la mañana, después de una noche inquieta, tomé mi celular y, utilizando el modo viaje en el tiempo de la aplicación Sky Map, me posicioné dentro de la pileta para visualizar el sector donde había visto el fenómeno. Indicando las 22:45 del 20/01/17 pude ver que aproximadamente alrededor de la constelación de Hydrus había avistado al OVNI la noche anterior. Si un satélite era el origen del misterio, entonces tenía encontrar uno que hubiese pasado por esa posición a esa hora, ese día, por sobre el cielo de Funes.

Captura de pantalla de la aplicación y la porción de cielo del avistaje.

El siguiente paso fue detectar que satélites habían pasado por sobre mi cabeza esa noche. Esta tarea, un poco más compleja, pude sortearla con el sitio web In-The-Sky.org que permite posicionar satélites en momentos específicos utilizando la base de datos del NORAD (el Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial que por supuesto, dejaría fuera a cualquier satélite secreto). Ingresando la misma fecha y hora para la ubicación aproximada de Rosario, encontré un total de 11 satélites visibles sobre el horizonte.


Captura de escritorio del sitio con los datos ingresados.

Con el fin de filtrar entre los mismos, utilicé el modo de visión de planetario, confirmando que dos satélites, el Navstar 72 (USA 258) y Navstar 53 (USA 175) se encontraban aproximadamente sobre el sector en cuestión.

Captura de modo planetario visualizando la ubicación de los satélites.

Ahora solo restaba corroborar el movimiento de los mismos. Para esto, el modo mapamundi me facilitó que los dos se movían en dirección Oeste-Este de manera similar a la avistada.

Captura de modo mapamundi indicando la dirección de desplazamiento.

Los dos satélites cumplían con los requisitos de haberse encontrado en el momento, lugar y dirección de desplazamiento justos del fenómeno avistado. Solo restaba corroborar la velocidad registrada y resolver la incógnita de los destellos.

Tanto el Navstar 72 (USA 258) como el Navstar 53 (USA 175) son dos satélites del sistema de posicionamiento global GPS que poseen un período orbital de aproximadamente 717 minutos, lo que significa que tardan 717 minutos en dar una vuelta completa alrededor de la tierra. Para tener una referencia, la Estación Espacial Internacional posee un período de 92,65 minutos, lo que significa que da 15,54 vueltas alrededor de la Tierra cada 24 horas. Para un observador en el suelo, la estación tardaría entre 2 y 5 minutos en cruzar el cielo de horizonte a horizonte. Si los dos satélites Navstar tienen un período orbital de 717 minutos una regla de tres simple nos indica, por comparación con 93 minutos de período y una duración promedio de 4 minutos sobre el firmamento de la Estación Espacial, que los satélites tardarían alrededor de 30 minutos en cruzar el cielo.

¡Eureka! No solo la posición y movimiento de ambos satélites coincidían sino que un tiempo total de media hora para surcar el cielo resultaba coherente con los aproximadamente 10 minutos que había visto al OVNI desplazarse por una porción equivalente a un tercio angular de la esfera celeste nocturna.

Aunque los cálculos eran aproximados, ya contaba con dos candidatos que se encontraban en el lugar, momento, dirección y velocidad adecuados como para explicar el misterio. El problema es que nada de esto podía dar cuenta de los destellos de luz.

La Ciencia es una cruel amante

Internet había dejado de ser satisfactorio pero luego de un frustrado intento de visita al planetario local, cerrado por vacaciones, debí retornar a mi computadora.

Ninguno de los dos satélites poseía luces que pudieran efectuar el fenómeno visualizado, aunque ambos podrían haber reflejado luz proveniente de otro lugar. El problema es que el patrón de luces, regular, binario y duradero resultaba demasiado extraño para ser de origen natural. ¿Habrá sido algún reposicionamiento de sus paneles solares, que generaron algún reflejo?

Me gustaría poder dar alguna respuesta más clara, pero lamentablemente, esta ciencia “gasolera”, un poco inexacta y sin conocimientos específicos, no ha respondido todas mis preguntas. ¿Podría el fenómeno deberse a un objeto más terrenal bajo condiciones extrañas? Sí. ¿Podría haber sido el resultado del uso de algún artefacto por parte de un bromista? Por supuesto. ¿Podría ser un vehículo o artefacto secreto, humano o extraterrestre? También. ¿Podría haber sido mi imaginación, o un invento de mi parte? Otra persona descartó que fuese mi imaginación, y les prometo que la anécdota es real, pero ¿Replantearían todas sus creencias sin más evidencias que una simple anécdota de un desconocido?

Considerando que nuestra investigación nos exhibió dos satélites ubicados en el momento y lugar justos, con los comportamientos requeridos como para ser origen del fenómeno, lo más probable es que los destellos se deban a alguna condición muy particular y un poco de desconocimiento de parte de un lego como el escribiente que a una visita interestelar. 

La razón y el método científico no resuelven todos los misterios, mucho menos aún los revelan por completo. Pero con un poco de paciencia, esfuerzo y mucho mate lavado encontramos pistas que pueden indicarnos el camino a seguir.

Ahora volví a la pelopincho, una especie de nave interestelar alimentada a cloro y curiosidad, con más preguntas que respuestas, esperando ver algo que parece no volverá a repetirse. Y, sin importar si el misterio se debe a alienígenas, rarezas naturales, proyectos secretos o mi propia ignorancia, así, paso a paso, nos acercamos lentamente a la verdad.


Colaboración de Franco Martín Lopez.

En este artículo: ¿Qué son realmente los OVNIs?, te contamos qué son el 98% de los casos. Este entraría dentro del 2% restante. ¿Lo resolveremos alguna vez?

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